Una mamá real

Por Montserrat Martínez Zetina

Hace nueve años nació mi primera hija. Fue uno de los días más felices (y de más miedo) de mi vida. Me sentía en las nubes y disfruté la ayuda de las enfermeras y todas las visitas y apapachos en el hospital. Y de repente llegué a mi casa, a una nueva rutina, nuevas reglas, nuevos horarios… nuevo todo. Cuando me embaracé, estaba tranquila (dentro de lo normal). Juré que me iba a ir perfecto, al fin y al cabo que algunas amigas mías ya habían tenido hijos, y yo ya había cuidado niños en un par de ocasiones. Pero (y puede parecer obvio ahora, que ya tengo tres y mucha experiencia) resulta que cada niño es diferente, cada situación en única y pueden cambiar de un día al otro sin avisar.

¡Cada niño debería venir con instrucciones! “La primera es una bala, no le quites los ojos de encima, que se va a pegar con cada mueble”. “Éste es más tranquilo, pero si lo dejas solo dos minutos, se pone a gritar como si hubiera entrado el mismísimo Coco a llevárselo”. “La chiquita es tierna, pero le gusta encontrar tus pastillas de la mañana y jugar con ellas”. ¡Pero no! Como papás, nos toca descifrar cada maña, cada peculiaridad de nuestros niños y, cuando creemos que ya las dominamos, ¡sorpresa, cambian por completo! ¿Les suena familiar?

Cuando tenemos hijos, los planes salen por la borda. Cada día es totalmente nuevo, nos toca reinventarnos constantemente y conocerlos cada vez más. Nunca llegamos al 100%, porque los niños están conociéndose también, desarrollando nuevas habilidades, descubriendo nuevas emociones y sacando nuevas facetas día con día. ¿Crees que es cansado? Multiplícalo a la N potencia y todavía te quedas corto.

Y, para empeorar las cosas, la pandemia llegó para recordarnos esto en todo momento. Por lo menos antes teníamos un respiro con el colegio o la guardería, pero ahora nosotros somos la mamá, el colegio, la guardería, la administradora de la casa, el chofer y la chambeadora. Y cada día hay algo nuevo. Crees que ya agarraste la rutina y de repente todo cambia.

Llevamos ya casi un año esforzándonos por adaptarnos a estos cambios, a las nuevas sorpresas y rutinas que hay que crear en el encierro; y creemos que podemos controlar esos cambios, las reacciones de nuestros hijos y las nuestras.

Pero no podemos controlar nada de esto, y en el camino nos culpamos por los retos que surgen todos los días, por no meterle más tiempo al trabajo, por no tener la casa ordenada, por alzarle la voz a mi niño cuando él llevaba gritando 15 minutos sin parar, por sentirnos frustradas y querer una hora lejos de nuestros hijos.

Hoy vengo a decirte que no pasa nada, que es normal sentirte culpable o que no eres suficientemente buena. Nos pasa a todas (y quien te diga que no, te está mintiendo). Es más, ¿sabías que durante la pandemia los ataques de ansiedad en mujeres –la mayoría, mamás– han subido 44%? Y muchas veces es porque sentimos que no podemos con todo. Y es verdad, no podemos, nadie puede. Sólo trata de pedirle a cualquier otra persona que no sea mamá, que tenga dos trabajos de tiempo completo a la vez, y que uno de ellos sea cuidar a los niños, preparar comidas, limpiar la casa, acompañarlos en sus clases a distancia (la peor pesadilla del mundo), jugar con ellos, separar las peleas e infinidad de tareas que implican ser mamá.

Mi gran recomendación aquí es que escuches tu instinto, tu voz interior. Los ataques de ansiedad llegan cuando no hacemos caso a nuestro cuerpo o nuestras emociones. Si necesitas llorar, llora; si necesitas echarte una siesta de 20 minutos, pon una caricatura en la tele y duerme un rato; si necesitas dar una vuelta sola y respirar, pide ayuda a tu pareja (o a quien quieras) y desconéctate un rato. Es la única manera en que podrás lidiar con todo (ojo: no controlarlo) y organizarte un poco mejor, todo sin perder la cordura.

Y recuerda que no tienes porqué sentirte culpable ni pedir perdón. Si uno de tus hijos se cuela en una videoconferencia del trabajo, no te sientas mal.

Estás abriendo tu hogar a tus compañeros y siempre puede haber algún tipo de interrupción, para cualquiera de ustedes (sea el hijo, el perro, la ambulancia que pasó por la calle, el de los tamales…). Si estás frustrada o de malas, no necesitas ocultarlo y poner buena cara; la época de las “mamás perfectas” de los años 50 ya pasó, y todas sabemos que era más falsa que el jugo embotellado. Siente lo que tengas que sentir, adáptate a los cambios y suelta la necesidad de tener control. Solo así vas a poder disfrutar –y no resentir– a tus hijos en estos meses que todavía nos quedan de pandemia. Créeme que cuando regresen al colegio, después de que pase la euforia inicial y los festejos de libertad, los vas a extrañar (aunque sea un poquito).

*Montserrat Martínez Zetina es consultora de empresas y amorosa madre de tres increíbles personitas comprometidas en dar lo mejor de sí en todo y hacer del mundo un lugar mejor.