Lo que el confinamiento se llevó de los niños

Por Ollin Islas

En febrero del año pasado, la enfermedad por SARS-CoV-2 llegó a México y unas semanas más tarde se suspendió toda actividad no esencial para que la gente pudiera permanecer en sus hogares. Ya conocen la historia: cerraron desde escuelas hasta centros comerciales.

El proceso del confinamiento-nueva normalidad-nuevo confinamiento se ha sentido como una vida entera en la que han pasado miles, millones de cosas… menos una: los niños, esos grandes ausentes en la “Era Covid” que no han tenido la fortuna de que se les dé prioridad en la estrategia contra la pandemia.

Con los escasos datos que se han recabado sobre la Covid-19 se pueden tener pocas certezas. Quizá por eso muchos gobiernos se han conducido con tal cautela en lo referente a los niños y sus posibilidades de contagiarse, contagiar a otros y morir. Sin embargo, diversos estudios alrededor del mundo apuntan a que un porcentaje muy pequeño de ellos desarrollan una enfermedad grave: los datos dicen que la mayoría es asintomática, o bien, que tiene síntomas leves.

Esto no quiere decir que la Covid no ha afectado a la infancia: lo ha hecho, de manera contundente, a un grado tal que los organismos internacionales que trabajan con niños, niñas y adolescentes están francamente preocupados por lo que ocurrirá con la generación que hoy vive la pandemia.

¿En qué sentido los afecta? Primero, en su salud. Servicios como la vacunación, así como el tratamiento de otras enfermedades y la atención y recursos que se destina a programas de nutrición –vitales en la infancia que vive en pobreza– han caído drásticamente en todo el mundo.

La pandemia también les ha robado su derecho a la educación. Independientemente del esfuerzo titánico que realiza el gremio educativo y los abrumados padres de familia que tienen que lidiar con la carga laboral y escolar sin ayuda, la realidad es que la escuela en línea o por televisión despoja a los pequeños de la posibilidad de vivir el aprendizaje, es decir, interactuar, usar materiales, convivir en vivo con compañeros y maestros y demás bondades que tiene el espacio escolar y que lo hace único e indispensable para el desarrollo de la infancia.

Las infancias sin recursos simplemente están excluidas de la educación a distancia, lo cual los condena aún más al rezago y la falta de oportunidades.

La pandemia también ha aniquilado, al menos en México, su derecho al esparcimiento. Los niños necesitan jugar, apropiarse del espacio público. Necesitan los parques, la interacción con sus pares, la actividad física. La estrategia contra la Covid19 ha contemplado todo menos darle un lugar a la infancia en los espacios que solía habitar. Los niños han quedado excluidos de absolutamente todas sus rutinas, lo cual ya comienza a tener efectos en su salud mental: encuestas alrededor del mundo revelan que las infancias y adolescencias ya presentan depresión, ansiedad y estrés postraumático debido al confinamiento.

Te recomendamos: 9 claves para frenar los efectos del sedentarismo infantil.

El confinamiento, además, ha encerrado a muchos niños con sus principales agresores. En México, la violencia contra las infancias ya era una pandemia en sí misma antes de que el coronavirus llegara a nuestras vidas y, organismos como la ONU, han advertido del incremento de este problema en nuestro país desde que inició la pandemia.

No es posible que las infancias estén encerradas por siempre. Es urgente que busquemos estrategias completas e integrales que incluyan a los niños y que busquen soluciones reales y seguras para que ellos y sus madres, padres o cuidadores se reintegren a la vida.

La pandemia les ha robado no solamente la posibilidad de vivir como antes: hoy los ha convertido en una de las poblaciones más vulnerables, pues los efectos en sus oportunidades educativas, su salud en general, mental y emocional, pueden cambiar el rumbo de sus vidas para siempre.

Hoy, más que nunca, gobiernos, padres, escuelas y empresas tenemos que hacer comunidad y velar por su derecho a ser felices.

*Ollin Islas es periodista, promotora de los derechos de niños, niñas y adolescentes y fundadora de Morritos, una asociación civil que trabaja para prevenir la violencia sexual y todo tipo de maltrato contra las infancias.